5/06/2013
Entendiendo metabólicamente a nuestra civilización. La civilización
actual ha entendido a la economía de extracción como una de las bases
imprescindibles para la mejora de sus sociedades y su bienestar. Pero,
el flujo del dinero no ha optimizado la calidad de vida de millones de
humanos y menos aún de un planeta que se degrada a pasos agigantados.
Ayudar a comprender el funcionamiento económico desde sus variables
físicas no monetarias, contribuirá también a entender muchos de los
cuellos de botella hacia el desarrollo humano, su verdadero bienestar y
su relación conflictiva muchas veces con las otras especies y los
ecosistemas sobre los que se reproduce parasíticamente.
El bienestar de la especie humana se ha sostenido y apoyado desde sus
inicios en su vinculación y acceso en muchos casos a bienes comunes
muchos de los cuales, la economía inicialmente ni siquiera alcanzaba a valorar o contabilizar como la tierra,
el agua, las fuentes preindustriales de energía o los recursos
biológicos (Pengue 2012). Como justamente estos recursos no se
encontraban por doquier, los primeros asentamientos humanos, poblaciones
y ciudades lo hicieron en aquellos lugares donde inicialmente existía
esta disponibilidad y ciertamente entonces, estos recursos eran
utilizados y consumidos localmente, dando sustento y crecimiento a
poblaciones y demandas generalmente vinculadas con sus consumos
endosomáticos (Pengue 2009) o bien para satisfacer demandas aún no
demasiado intensivas. Los impactos eran aún muy bajos en general. En las
etapas iniciales, cuando el entorno ambiental era tan vasto frente a
escasa una población humana, estos impactos pasaron entonces,
prácticamente imperceptibles. En otros, avanzando en la historia, el
crecimiento de civilizaciones enteras y posteriormente su caída, en la
mayoría de los casos se produjo justamente por la limitación vinculada a
la desaparición local o regional de un determinado recurso natural
(agua, suelo productivo, madera, biodiversidad). Hacia los últimos tres
siglos, el crecimiento poblacional, la expansión particularmente de las
ciudades y las actividades comerciales, se hicieron cada vez más
crecientes y generaron una demanda de bienes que ya superaba la escala
local, para hacerse regional y en algunos casos, global, pero de baja
intensidad.
Nos estamos comiendo el mundo, y justamente además, comiendo muy mal.
Ésta, nuestra nave, hoy está bajo ataque. De esos más de 7.000 millones
de viajeros, 900 millones pasan hambre diariamente, pero 1.500 millones
han comido en exceso. Ambos están en riesgo y muriendo frente a dos
epidemias inexplicables (las hambrunas o la obesidad), mientras que
tiramos sin sentido al tacho de basura 1.300 millones de toneladas de
comida anualmente ¿Seres racionales?, pues no lo pareciera y todo ello
bajo una premisa que nos dice “creced, multiplicaos y especialmente,
consumíd”.
Nos estamos comiendo el mundo y saqueando nuestros recursos (Pengue
2010). Las pesquerías, las mejores tierras del mundo y hasta también las
peores, el acceso a la biodiversidad o al agua se hacen cada vez más
restringidos para millones de humanos (Pengue 2008). Los conflictos
ecológicos distributivos de este nuevo siglo se dejan entrever día a día
y nuestros decisores de políticas públicas, se han convertido tan solo
en gerentes de la destrucción, en general, de nuestra propia naturaleza y
nuestras gentes. No han visto hasta ahora, que el problema no es la economía del PBI sino la economía y la administración de nuestra propia casa y su base de recursos: la ecología.
En los últimos cincuenta años, todos los indicadores “económicos” se
muestran crecientes en su tendencia. Además de la población, crecen el
PBI, la inversión extranjera directa, las represas construidas, el
consumo de agua, el consumo de fertilizantes, de papel, de hamburguesas
(brutalmente), los automóviles (somos la “civilización
del automóvil”), de los teléfonos y celulares, del turismo
internacional (el insostenible aún más) (Pengue 2012). Pero lo que no
crece o lo que no se quiere ver, es el crecimiento de las
“externalidades negativas”. Los costos ocultos del crecimiento de la economía
marrón, que se expande en algunas partes del mundo desarrollado y
ciertamente sobre todo el mundo en desarrollo. Pero estas externalidades
no se pueden ocultar y ya las percibimos en nuestro cambio ambiental
global.
Así también crecen los sistemas de alarma en la tierra como el aumento de N2O, de CH4 en la atmósfera, las grandes
inundaciones, las estructuras de protección de costas, la actividad
biogeoquímica marina en las costas, la pérdida de la biodiversidad
global, el aumento en el cambio en el uso de la tierra y la apropiación
de la misma y la pérdida de ecosistemas completos Hoy en día la tierra
está bajo ataque. Es un ataque directo y manifiesto para sacar provecho
de todos sus recursos y sus enormes servicios ambientales, al mejor
estilo de una minería insostenible.
En este último siglo, y particularmente en los cincuenta años previos,
el comercio internacional basado en recursos como los alimentos,
maderas, minerales, metales y combustibles fósiles se expandieron de una
manera impensada. Estos recursos igualmente han estado disponibles e
incluso mejorado su acceso en muchos casos a crecientes porciones de la
población, pero a un costo a veces ambiental y un efecto sobre la base
de recursos a veces no considerada.
Justamente en ese sentido, los Intangibles Ambientales (Pengue 2011, 2013) o bienes incorporados (embodied materials)
en los productos engrosan entonces el movimiento mundial de mercancías o
bien son la base material en la cuál se sostienen o mediante las que es
posible realizarlas. El consumo de estos materiales justamente no es
contemplado en las cuentas de ganancias y pérdidas pero son justamente
un recurso que se mueve y transforma en el proceso productivo, sea desde
la extracción,
la transformación, el transporte, la comercialización, el consumo y
hasta el lugar final donde se colocan los residuos, que demandan tierra u agua muchas veces donde ser depositados.
El estudio sobre el flujo internacional de materiales y sus efectos
sobre el comercio mundial y el uso de los recursos globales abreva en lo
que previamente se trabajó y con mucha profundidad desde la misma
América Latina y que terminó siendo el eje integrador de lo que se
conoció como la Teoría del Deterioro de los Términos de Intercambio.
Si bien su foco era otro, la lógica de acceso a bienes comunes baratos,
su disponibilidad especialmente, la desconsideración sobre los impactos
de su extracción,
los pasivos ambientales dejados y el intercambio de trabajo barato por
caro, estuvo en las mentes de muchos pensadores de esta Región. El
economista argentino Raúl Prebisch planteo esta teoría y a su vez
desarrollo en algunos de sus artículos, consideraciones sobre la
estabilidad de la base productiva de América Latina: sus recursos y en
especial por ejemplo, suelo. También otros como Rayén Quiroga en su obra
“El Tigre sin Selva”, desarrolló conceptos similares frente a la degradación ambiental y Jacobo Schatan en “El Saqueo de América Latina”,
lo materializó en cuanto a volúmenes de materiales exportados. No puede
no considerarse en cualquier argumentación respecto del tema, desde la
misma Región, el efecto reflexivo que nos trae la ya pionera obra, “Las venas abiertas de América Latina”, particularmente en cuanto a comprender las relaciones de la extracción
de riqueza de América, que sentó las bases del desarrollo
precapitalista europeo y fue ciertamente su pilar en el desarrollo de su
sistema económico en siglos posteriores. No, justamente la discusión
sobre lo que sucede con los recursos, su explotación y la forma de
utilización de los mismos no ha emergido del pensamiento europeo, sino
que tiene fundacionales raíces, en la América Latina.
Quizás la preocupación de una buena parte del mundo hoy, haya virado
hacia una necesidad de garantizar el acceso y continuidad del flujo de
recursos naturales hacia las economías globales, ciertamente en estos
últimos tiempos y según las proyecciones bastante más hacia delante, con
precios crecientes (Diagrama siguiente). ¿Una oportunidad o un riesgo,
frente a la demanda mundial?. Pues dependerá mucho de cómo las
administraciones de la región, dirijan y gestionen los procesos de
transformación de naturaleza y en manos de quienes se dejan estas
riquezas. Es comprensible que el “stock natural” tanto de
recursos renovables como no renovables, pueda ir agotándose con el
tiempo o a través de su mala utilización y eso en parte el sistema de
precios global debe reconocerlo en su plenitud como así también los
programas nacionales por otro lado, contar con sus políticas para
conocer la evolución de este balance de cuentas de la naturaleza. Las
materias primas siguen ciclos de alzas y bajas, y durante la última
década la tendencia al alza, de la mano de las nuevas demandas y el
crecimiento de los colosos asiáticos nos llevó a un escenario de precios
crecientes en los que, lamentablemente, nuestras economías y sus
decisores de políticas basaron su estrategia y escenarios, incluso de
largo plazo. Hoy esa misma tendencia se sigue mostrando pero con
fluctuaciones que dejarán temblando a más de un país o región. En muy
poco tiempo, los precios de los commodities bajaron fuertemente. Entre
el año pasado (2012) y el 2013 la plata cayó casi un 30 %, el cobre un
17 %, hasta el oro va hacia la baja en un 18 % y el hierro base de la
pujante demanda china, se desplomó al 46 %. La soja, el “yuyo” de oro,
que había rozado el pasado año en Chicago los 700 dólares la tonelada,
bajó a poco más de u$s 554 y rondará probablemente los 450 dólares
cuando se coseche en la Argentina. Pero esto es ¿una caída en el precio
de los commodities?. En el escenario de mediano plazo, la soja no cae
tanto, si pensamos que allá por los noventa (1999) estaba su precio en
180 dólares. Por supuesto, estos mercados extractivos, jamás incluyeron
los costos de degradación y daño ambiental, que algunos países podrían
recuperar aplicando “retenciones ambientales” (Pengue 2008) a semejante
nivel de extracción de los recursos.
Varios estudios comienzan a mostrar que las economías de la región
latinoamericana y particularmente la Argentina (Perez Manrique y otros
2013) están siguiendo andariveles diferentes a las de las economías de
los países desarrollados, sostenidas fuertemente por la extracción de
recursos naturales. Esto se ve claramente en al análisis metabólico de
la sociedad, pero aún así no han hecho un fuerte foco en los efectos
sobre los materiales de base (los Intangibles Ambientales aquí
mencionados). La incorporación de estos Intangibles (suelo virtual a
través de los nutrientes extraídos por ejemplo), a los estudios de
Contabilidad de Materiales (MFA) serán para la Región un importante
apoyo para la comprensión de los nuevos efectos de este intercambio
ecológicamente desigual del siglo XXI
El siglo XXI ha encontrado a una parte de la humanidad bajo una vorágine
de consumo creciente que parece no detenerse. Este es un proceso que,
acompañado de sistema económico que necesita crecer a cualquier precio,
genera una demanda creciente de recursos naturales por una parte y de
desechos imposibles de digerir por nuestra naturaleza.
Más allá de los indicadores ambientales globales y regionales que, como
guarismos individuales pueden mostrarse como resultados malos, neutros y
hasta positivos lo que está el hombre dejando de percibir es que es él
mismo, quién está generando un desequilibrio no sólo económico, sino
ecológico y social sin precedentes y con una recurrencia de catástrofes
ambientales, muchas de las cuales son el resultado de sus acciones en
los últimos cien años de historia humana. Otras, ciertamente no.
Por el otro lado, la ciencia y la tecnología ha traído aparejada para la
humanidad una serie de transformaciones sociales, tecnológicas,
científicas y productivas que han facilitado el acceso del hombre a
formas de explotación de los recursos naturales inéditas hasta hace poco
más de dos décadas. Hemos avanzado mucho en este aspecto en los
procesos de transformación y también retrocedido en otros tantos.
Maquinarias, enormes equipos, procesos metabólicos globales,
geoingeniería, bioingeniería, ponen en las manos del hombre una enorme
cantidad de recursos naturales a los que previamente no había podido
tener acceso. La sociedad del riesgo está ya entre nosotros.
La irracionalidad de esta demanda creciente deriva de una hasta ahora
irrefrenable sed por recursos emanada de un gran cambio en los estilos
de consumo globales, sumado a nuevos procesos productivos y la entrada
al sistema capitalista de una enorme masa de nuevos demandantes
provenientes de los países emergentes y sus clases medias (China,
India), pero también de las economías post industriales que no sólo
pretenden seguir creciendo sino perpetuar y hacer crecer aún más sus
propias demandas.
El aumento en términos de las actividades de transformación de la
naturaleza por parte de la humanidad (metabolismo social) es
incuestionable y encuentra al último siglo XX como la centuria de mayor
transformación en la historia humana. Mientras la población global
crecía cuatro veces, las demandas de materiales y energía lo hacían a
guarismos superiores a las diez. El incremento del consumo de biomasa lo
hacía 3.5 veces, el de energía en doce veces, el de metales en 19 veces
y el de materiales de construcción, sobre todo cemento, unas 34 veces.
A finales del siglo pasado, la extracción de recursos naturales era de
48.5 mil millones de toneladas (más de una tercera parte biomasa, 21%
combustibles fósiles y 10% minerales), registrándose un consumo global
per capita de 8.1 toneladas al año con diferencias per cápita de más de
un orden de magnitud.
Para el 2010 las estimaciones rondaron las 60 mil toneladas de
materiales al año y unos 500 mil pentajoules de energía primaria. El 10%
de la población mundial más rica acaparaba entonces el 40% de la
energía y el 27% de los materiales. Mientras el grueso de tal población
se ha concentrado en las últimas décadas en Estados Unidos, Europa
Occidental y Japón, en contraparte, las regiones que principalmente han
abastecido el mercado mundial de recursos naturales han sido América
Latina, África, Medio Oriente, Canadá y Australia. China, Corea del Sur,
Malasia e India se colocan como importadores netos de recursos en los
últimos años, ello pese a que en algunos casos, tienen una producción
doméstica importante (Dittrich y otros 2011).
De seguir sin cambio alguno, el aumento en la extracción de recursos
naturales podría triplicarse para el 2050, mientras que si se opta por
un escenario moderado, el aumento sería en el orden del 40% para ese
mismo año (esto es unas 70 mil toneladas en total) (UNEP, 2011).
Mantener los patrones de consumo del año 2000, implicaría por el
contrario, que los países centrales disminuyan su consumo entre 3 a 5
veces, mientras que algunos “en desarrollo” lo tendrían que hacer en el
orden del 10% - 20%.
Es verdad que estas estimaciones tienen en cuenta solamente un aumento
en la capacidad tecnológica tendencial de creación de nuevo conocimiento
y nada se dice con respecto a otros posibles saltos
cientifico-tecnológicos, pero igualmente la cifra de consumo apabulla y
abruma de solo pensar los recursos necesarios en términos materiales y
energéticos necesarios para garantizar el funcionamiento del metabolismo
de nuestras sociedades.
El gigantismo económico y financiero y también el tecnológico, de este
nuevo orden global, en estos tiempos se percibe en la crisis económica,
pero la expansión de este fenómeno se encuentra en todas partes del
mundo económico, en el cambio de escalas, que superan a la humana, no
sólo en el mundo del capital, sino en el mundo global empresarial (que
no tiene límites a su vorágine), en el crecimiento expansivo de los
grupos corporativos, en sus formas de apropiación del mundo, de sus
gentes y de su naturaleza.
La contradicción entre el capitalismo y la sustentabilidad y estabilidad
planetaria ha sido planteada por autores como Joel Kovel, en su libro
The enemy of nature. The end of capitalism or the end of the world? (El enemigo de la naturaleza. ¿El fin del capitalismo o el fin del mundo?), de 2002, donde alerta sobre estas cuestiones.
A pesar de todos los esfuerzos por encontrarle la vuelta a la
“sustentabilidad” del sistema capitalista, el capitalismo como tal es
insostenible en términos de garantizar la continuidad de sostenimiento
de la base física que le contiene.
Cuestiones clave de cara al milenio ya iniciado, y que ni siquiera se
han podido solucionar en parte, tienen vinculación directa con la
sobreexplotación de los recursos naturales y prácticamente la
subvaluación de su base de sustentación, la integridad de los
ecosistemas. Algunas de ellas son la subvaluación de estos (es decir, el
no reconocimiento de su verdadero valor ambiental y no sólo desde el
mercado), la presión desenfrenada sobre los ecosistemas, el aumento de
la brecha entre ricos y pobres, la distribución inequitativa de la
riqueza y el hambre creciente en el mundo. Todo esto, bajo un escenario
de cambio climático que nos es contemporáneo y cuyas secuelas se pueden
apreciar en una recurrente suma de catástrofes naturales o antrópicas
como sequías, inundaciones, pérdida de producciones de alimentos, etc.,
que recién comenzamos a dilucidar.
La especie humana sigue creciendo. El proceso expansivo, como el de toda
especie que no encuentra “enemigos naturales” ni “elementos
controladores” en su entorno, no tiene límites. El hombre ha logrado
alcanzar el pináculo de la vida y se erige desde allí como el ser
supremo por encima de todo. Sin controles parece ser que ni las
recurrentes catástrofes climáticas ni ambientales le estuvieran poniendo
límites. La economía
verde, un ajuste económico verde dentro del modelo capitalista global
que pretender reconvertir a la actual economía marrón (Pengue b) 2012)
pareciera ser una de las pocas ofertas globales disponibles presentadas
por políticos y científicos. Las alternativas a otras escalas (regional,
local), incluso “contra” el modelo capitalista parecen por cierto tener
un mayor anclaje propositivo (el Buen Vivir, la Economía Social y
Solidaria). Pero, ¿en la escala mundo y el modelo capitalista circular
global y sus alternativas?, ¿no tenemos nada?...
El hombre está tomando todos los recursos del planeta
para sí. Y de la mano de nuevos esfuerzos de la ciencia y la tecnología
y su gigantismo tecnológico, produce transformaciones increíbles. Asi
como ha llegado a licuar a las montañas, está arando el fondo del mar,
deforestando millones de hectáreas de suelo fértil o sembrando el mar
con nutrientes para generar cambios y reacciones climáticas enormes. Por
otro lado, alcanza y utiliza los recursos más pequeños para transformar
y adaptar la propia vida.
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